Bosques, jardínes y arquitectura
La palma de cera es el símbolo del Externado de Colombia y nuestro árbol nacional; por equivocación de los legisladores que confundidos con su altura, su fortaleza y su esbeltez, la denominaron árbol siendo una planta exótica o una hierba gigante. Y ese malentendido entre la ley y la botánica nos permite continuar exhibiéndola, con idéntico orgullo, en los jardines y en el bosque del campus que distingue a nuestra casa de estudios.
Este amable paisaje colgado del cerro Guadalupe, donde sembramos pájaros y flores y cultivamos estudiantes, no fue un regalo de la naturaleza. Era un terreno desigual, escarpado y abrupto. Un potrero resbaloso "con unos cuantos pinos y eucaliptos, y un bosquecito de ciruelos centenarios". No era un adorno sino un reto, un desafío a la tenacidad. Un erial. Así lo admitieron resignados Don Ricardo y su hijo Fernando, cuando lo conocieron en enero de 1960. El solar tenía más problemas que ventajas, con el terreno poco firme, "como una lenteja que se desliza”, de costoso y difícil manejo. Además, era un sueño, pero lejano, para profesores y estudiantes sin vías de acceso ni transporte público. Pero era central, a dos cuadras del Chorro de Quevedo, donde se fundó Bogotá. Y un poco más abajo la Plaza de Bolívar, el centro político de la capital y del país, donde el 15 de febrero de 1886 se fundó el Externado de Colombia. Que empezó a funcionar en el inquilinato de unas habitaciones pobremente amobladas en el segundo piso del edificio de las Galerías. Antiguo mercado público donde hoy se levanta el Palacio Liévano, sede de la Alcaldía de Bogotá. Las clases empezaron en medio de penurias económicas y de la persecución oficial.
Unos días después, padre e hijo regresaron a la finca y la recorrieron haciendo cuentas. La Isabela tenía un precio accesible si se pagaba a cuotas. Estaba bien situada y no era comercial, es decir: propicia a regateos. Y la universidad ya no cabía en su primera sede propia. Una casa de dos pisos en el ruidoso barrio Santa Fe, de oficinas pequeñas, aulas grandes, un modesto teatro para grados y un diminuto patio enladrillado. Con el espacio indispensable para los estudiantes del colegio de Derecho de Don Ricardo, como le decían a la academia del maestro Hinestrosa Daza; que necesitaba expandirse, crecer con otras disciplinas, al aire libre y bajo el cielo abierto que le negaba el claustro. Nuestra casa debía ser consecuente con el talante externadista, que implicaba dejar de ser interno, dócil y sumiso.
Prólogo
De un solar escarpado a un bello campus
En busca de la continuidad de las especies
Un reportaje con Fernando Hinestrosa, rector de la Universidad
Especies de árboles
Especies de flores
Mención especial a los jardineros
Reconocimiento a fotógrafos
Impreso
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