Silencios y disputas en la historia de hispanoamérica

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Desde siempre, las emancipaciones fueron pensadas, representadas y conta­das como el proceso que derrumbó al imperio hispánico, la causa prima que puso fin a la larga «decadencia» de la Monarquía Católica. Hubo, por supuesto, muchas lecturas del evento y no pocas disputas. Sin embargo, el esquema básico no cambió: las emancipaciones de las «naciones» del imperio lograron lo que las potencias europeas no habían conseguido. Esta mirada suponía, en primer lugar, la existencia previa de unas «naciones» hispanoamericanas y, en segundo lugar, que la quiebra del imperio y de la monarquía se habría produ­cido desde «afuera» de la Península. Según este relato las Indias destruyeron a España. Nótese que todavía en nuestros días este relato sobrevive en la histori­ografía peninsular que considera a América precisamente en estos términos.

Hoy la cuestión se piensa de manera totalmente opuesta: fue la devasta­dora crisis desencadenada por las noches de Bayona en marzo de 1808 -.:la en­trega de la monarquía a Napoleón- la que quebró al imperio al desencadenar a su vez un largo proceso de disolución que dio origen a las independencias. Las emancipaciones se consideran de esta manera como el efecto y no como la causa de la quiebra de la Monarquía Católica. Este cambio copernicano de perspectiva abrió una enorme brecha en la historiografía: Muchos mitos ali­mentados en el siglo XX por los nacionalismos hispanoamericanos, y por el mismo nacionalismo peninsular, se vinieron abajo con él.

Cómo se llegó lentamente a este cambio historiográfico no es fácil de explicar, y no es este el lugar para tratar una cuestión de tal envergadura. No cabe duda, por ejemplo, que el concepto mismo de «nación» sufrió una revisión radical en la cultura internacional. Lo mismo se podría decir del paradigma de las «revoluciones atlánticas». Hubo quien -como Francois-Xavier Guerra- ­expuso que en todo el orbe hispánico se dio un «ciclo de revoluciones», cuya originalidad las hace poco comparables con las demás.

Al mismo tiempo, la amplitud del cambio planteó una cantidad de pre­guntas nuevas, abrió nuevas disputas, y sacó de la oscuridad muchos silencios historiográficos que hoy necesitan ser rescatados.

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